Los políticos salen de la sociedad, y se supone que son el reflejo de cada sociedad, justamente. Pensar en ello me produce un abatimiento terrible, pues, eso quiere decir que la clase política que hoy está en el poder nos representa, son una muestra de lo que es el Perú.

¿Y de verdad, el país es como nuestros políticos, generalmente informales, sin organización, generalmente corruptos e impresentables, sea de la procedencia que fuere? Tenemos una clase política que no está a la altura de las circunstancias, solemos repetir, pero ¿y qué tal si están más bien a la altura de lo que somos como país?

Si eso fuera así, diríamos entonces que los peruanos somos un poco como Pedro Castillo, como Keiko Fujimori, como Rafael López Aliaga, como Vladimir Cerrón. Y aquí no se salva nadie, quitándole la ideología, la procedencia y los estudios habidos y no habidos, hay en todos los sectores falencias y deudas crónicas.

Tanto nuestra izquierda como nuestra derecha se muestran retrógradas en muchos aspectos, y miran al costado cuando los suyos, los de su vereda, infringen derechos y libertades fundamentales. Hay en ambos lados negacionistas, conspiranoicos, dogmáticos cuadriculados que entienden la democracia como un sistema que solo sirve cuando les da la razón.

Y ven la política como un mero negocio. Hay latrocinio con sombrero, y también con saco y corbata.

Ante una izquierda rancia que no entiende que hace mucho tiempo cayó el muro de Berlín y que no hay otra forma comprobable de progresar económicamente que a través del libre mercado, aparece una derecha cavernaria que piensa que la libertad es la anarquía del capital y que se siente feliz de sentarse a la mesa con unos fanáticos discriminadores, homófobos y misóginos. Son de las provincias y de las zonas más acomodadas de Lima.

¿Somos los peruanos en realidad como esa clase política que tenemos? Quisiera pensar que no. Pero habría que mirarse en el espejo.