Tras la detención de Yenifer Paredes, hay un escenario que no debería pasar desapercibido en el análisis político. A estas alturas Pedro Castillo no solo está acorralado, sino que cada vez, se va quedando más solo. Las renuncias de Daniel Salaverry y Beder Camacho, y antes la de José Luis Gavidia, revelan que su capacidad de convocatoria se reduce a cero y que mantiene a su alrededor a un grupete de incondicionales que avergüenzan por el rol obsecuente y rastrero que cumplen.

El más peligroso es Aníbal Torres, un sujeto que es capaz de acusar a la Fiscalía de haber sido tomada por el narcotráfico. Después está el impresentable lamezuela, adulador profesional y estoico chupamedias de Alejandro Salas, que ha tenido una frase de antología al describir la reacción del presidente sobre la detención de Yenifer Paredes: Desde “el campo de la tranquilidad, nos ha manifestado que es hijo de la adversidad, del hambre, del dolor, del sufrimiento y que estas situaciones lo fortalecen”. ¿Lloramos?, ¿reímos? En ese orden, no podía faltar Félix Chero, uno de los ministros de Justicia de más escaso nivel en la historia de la República, que cierra los ojos, como todos los ministros, al colector de aguas servidas en el que se ha convertido Palacio y frente al que, pese al hedor y la náusea, se sientan a degustar el plato de frijoles que con tanto esmero se ganan al proteger sin contemplaciones al cabecilla de la banda.

Hay más dentro del mismo Ejecutivo -la indignidad arrastrará por siempre a la plagiaria Betssy Chávez y Rodríguez Mackay jaló la cadena para que su prestigio discurra por el excusado-, pero en esta relación no podían faltar los abogados Benji Espinoza y Eduardo Pachas, dos lugartenientes de lo indefendible, que convirtieron una profesión maravillosa en un relleno sanitario en el que la ética es un despojo más al fondo del contenedor.

Claro, a Castillo también le queda su familia, pero esta se encuentra imbuida en la misma miseria delincuencial y encaminada a seguir los pasos de Yenifer Paredes. En suma, los que quedan, a estas alturas, ya no generan ira ni indignación, y sí mucha lástima y arcadas.