“¡Usted le miente al Perú!”, gritó hace pocos días un joven beneficiario de Beca 18 mientras la presidenta Dina Boluarte ofrecía, desde el coliseo Eduardo Dibós, otro discurso desconectado de la realidad. La respuesta fue inmediata y reveladora: un agente policial se acercó para amenazar al estudiante, advirtiéndole que no debía volver a protestar. Minutos antes, otros becarios también habían expresado su rechazo con gritos de “¡Fuera Dina!”, recibiendo la misma dosis de intimidación. Los videos, naturalmente, se hicieron virales.
El hecho no es aislado ni anecdótico. Es la fotografía de un país harto, en el que la protesta se convierte en uno de los pocos lenguajes legítimos que le quedan a la ciudadanía para hacerse escuchar. Pero mientras la calle habla, Dina calla, o peor aún, llama enemigos de la patria a los que la cuestionan. La respuesta del Gobierno no ha sido abrir espacios de diálogo ni cambiar el rumbo, sino cerrar filas, blindarse y atacar a los que lo critican, sea la prensa o cualquier ciudadano.
El rechazo a Boluarte no es una campaña, ni una exageración: es casi total. La impopularidad de su gobierno ha unificado a peruanos de distintas regiones y estratos en una causa común que, con diferentes formas, grita basta a la terrible realidad. Abuchearla y pedirle que se vaya ha pasado a ser en los últimos tiempos un aglutinador artificial de la “unidad nacional”. Los únicos que no se han enterado son los congresistas, que insisten en empujar el carro pese a que va directamente al abismo.
Y si algo revela el actual momento político es el doble discurso de muchos parlamentarios. Son duros y estridentes cuando se trata de criticar al Ejecutivo ante las cámaras, pero dóciles y funcionales cuando llega el momento de votar. Las trincheras verbales se convierten, de pronto, en muros de contención para preservar una supuesta “gobernabilidad” que solo beneficia a quienes ya están en el poder. Una gobernabilidad que no representa a los ciudadanos, sino a los intereses y prebendas que han sabido repartirse entre el Congreso y el Ejecutivo.
Veremos en los próximos días. ¿Qué harán los que lanzan desaforadas frases contra el Gobierno? ¿Sufrirán extrañas metamorfosis y votarán contra la censura del presidente del Consejo de Ministros en aras de la “estabilidad política del país”?