Un día como hoy, el 1 de setiembre de 1715, moría en París el rey más absolutista de Francia en toda su historia monárquica: Luis XIV, el rey que más tiempo permaneció en el trono -71 años- y al que todos recordamos por autoproclamarse “El Estado Soy Yo”. Nadie como este monarca en su tiempo (1638-1715), que también lo fue de Navarra y copríncipe de Andorra, para mostrar el despotismo absolutista a la máxima potencia y que debe entenderse como el desprecio que tenía como práctica, desde el Palacio de Versalles, por todos los que lo rodeaban, pudiendo decidir sobre el destino de sus súbditos, amparado en la idea medieval del derecho divino, es decir, que siendo hombres, tenían “atributos” especiales, pues eran hijos de Dios, sus enviados o sencillamente eran dioses. La ciencia política ha estudiado a las autocracias, dictaduras y totalitarismos que tuvieron importante escenario en la vida política del siglo XX y lo que va del XXI, que en nada se diferencian de los regímenes de siglos anteriores. América, que han soportado gobiernos de facto, principalmente, en los años 60 y 70, tiene el compromiso de bregar para que sean arrancados los que persisten, pues nadie quiere para nuestros países, en plena era de la globalización, gobernantes como Luis XIV. Desde que fuera creada la OEA en 1948, o desde que fuera aprobada la Carta Democrática Interamericana en 2001 -cuya autoría corresponde al Perú-, esta premisa y aspiración de gobernabilidad, fundada en la voluntad del pueblo que es el soberano que reemplazó al soberano monarca, luego de la Revolución Francesa de 1789, no se cumple a cabalidad. Para nadie es un secreto que en Venezuela, Nicolás Maduro, a pesar de la pandemia que ha golpeado al planeta, sigue al frente del poder de facto (de hecho) del país, amparado en las armas; y, Daniel Ortega, en Nicaragua, sigue practicando la represión para mantenerse en el poder, y hasta apoyado en su esposa, escandalosamente en el cargo de vicepresidenta. Luis XIV sí que es un muy mal ejemplo para nuestros países. Por esa razón, la historia nos sirve para aprender del pasado, compararlo con el presente y evitarlo en el futuro.

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