La Junta Nacional de Justicia pasa por su peor hora, desde su fundación, y la desfiguración de sus funciones y prerrogativas apuntan a que como institución, ha fracasado. Poco habrá que agradecerle a su gestor, el expresidente Martín Vizcarra, el impulso de un colegiado caído en el desprestigio y la confusión. Después de ese primer responsable, habría que destacar la responsabilidad que en este desmadre tiene Luz Inés Tello. La exjueza bien hubiese podido evitar el ocaso de la entidad pero prefirió largamente sus intereses personales, su ego y, seguramente, su muy elevado sueldo. Está claro que no había nada que interpretar de un artículo constitucional que señala que no se puede integrar la JNJ después de los 75 años, pero con una sesgada, arbitraria y antojadiza interpretación, la señora se aferró a su cargo y con ello contribuyó sólidamente al desplome institucional. Arrastró a la JNJ a un naufragio que era solo de ella. Si renunciaba, Tello dejaba a un Congreso -que obviamente conserva una ojeriza- sin un sustento sólido para inhabilitarla junto a Aldo Vásquez, el otro gran responsable de esta debacle. Al preferir sus intereses personales, por efecto dominó, se han concatenado una serie de hechos en los que han intervenido el PJ y el TC y que ahora impiden a la JNJ destituir a Patricia Benavides el 6 de junio, cuando venza el plazo de la suspensión. Con la negativa de Abraham Siles y Mónica Rosell a reemplazar a Tello y Vásquez; con la inhibición de María Zavala y la licencia de Guillermo Thornberry, no hay forma de lograr los 5 votos contra Benavides pero, lo que es aún más grave, la JNJ queda convertida en una malagua deforme, gelatinosa y débil que merece ahogarse en su descalabro. Y en la historia quedará que quien la arrojó al mar sin salvavidas fue Luz Inés Tello.

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