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No conozco a la señora Mariela Balbi, nunca la he visto y discrepo con ella. No creo que en el Perú, como ha dicho en su “Carta abierta a Tabaré Vásquez”, vivamos un totalitarismo “que utiliza a la justicia para perseguir a los opositores del régimen” o que “el Estado de derecho y la independencia de poderes se vulneren sin que nada pase”. Lo que observo,

sí, es una especie de extremismo judicial, basado en la excesiva labor del fiscal José Domingo Pérez y en el permisivo papel del juez Richard Concepción. En ambos recae la terrible responsabilidad de encarcelar a personas que, al margen de su ideología, no se les ha probado delito alguno, tergiversando, primero, y desacreditando, después, la necesaria figura de la prisión preventiva. Creo, además, que el presidente Vizcarra hace mal, muy mal, en ser parte de la campaña de demolición que evidentemente existe contra el fiscal de la Nación, Pedro Chávarry. Por lo demás, ante la temeridad legal de la dupla Pérez-Concepción, existe la doble instancia, las salas que son capaces de pulverizar los argumentos obtusos y revertir el abuso premeditado para encaminar la justicia. ¿A qué voy? A que todo lo anteriormente descrito es parte de la discrepancia genuina que debería existir en cualquier ámbito, pero menos en el Perú, porque aquí, por decir lo que reverendamente piensa, la señora Balbi fue condenada a un apanado, un cargamontón, una lluvia de epítetos y cuestionamientos ominosos y vilipendiadores. Le abrieron el colector de Sedapal que da a la Chira y le arrojaron de todo. Porque una cosa es disentir y otra lanzar frases, aventar insultos y emitir los gases pimienta de la doctrina del pensamiento único, de lo políticamente correcto, casi casi como el forajido hincha de River Plate frente al bus de Boca Juniors.