Una característica de cierta izquierda es, indudablemente, el odio. La lamentable muerte de Mario Vargas Llosa ha servido para confirmar que a esta izquierda no le interesa si un personaje exhala una decencia irrefutable o defiende los valores democráticos.

A esta izquierda no le importa si el fermento de sus rencores cae sobre un intelectual ilustre, cuyo solo nombre enaltece al país ante el mundo y es motivo del orgullo inconmensurable de que en estas tierras, protagonista de récords tristes y noticias lamentables, haya parido no solo un Premio Nobel de Literatura y un referente del boom latinoamericano sino un faro de erudición, creatividad e ingenio.

¿Qué le interesa a esta izquierda abyecta? Que Mario Vargas Llosa haya apoyado a Keiko Fujimori en las elecciones de 2021 ante el riesgo suicida que representaba el triunfo de Pedro Castillo. Eso sí, olvidan que ese mismo Vargas Llosa apoyó a Alejandro Toledo en su lucha contra el fujimorismo del 2001 y fue clave para que el hoy condenado Ollanta Humala ganase las elecciones de 2011, firmando la llamada Hoja de Ruta, y en el 2016 apoyase a PPK, en ambos casos, con el objetivo vital de impedir el triunfo de Keiko.

En 2021, Vargas Llosa dejó de lado los resquemores viscerales que arrastraba por la derrota electoral de 1990 y eligió al país. Oteó y vislumbró que el riesgo del comunismo acechaba por la silueta de esta caótica nación y que ello iba a ser demoledor para su precaria democracia.

La posición reivindicativa de 2021 fue la demostración del amor inconmensurable de Vargas Llosa al Perú. Lejos de afanes revanchistas o traumas del pasado, no colocó sus odios delante del país como sí lo hizo esa izquierda miserable.