Hoy, 15 de enero, en EE.UU. y el mundo, se recuerda el nacimiento de Martin Luther King -cumpliría 93 años y fue asesinado cuando solo contaba 39-, el mayor activista negro del país paradójicamente llamado de todas las sangres. Una completa mentira. Los racistas del sur de EE.UU. no lo soportaron y por eso lo asesinaron. Había sido como su padre, pastor, y hasta llegó a la universidad, una hazaña desdeñada por los blancos. Su oratoria impecable y su derroche de simpatía fueron razones suficientes para comenzar a temerle. MLK jamás renegó de la doctrina del Destino Manifiesto que inspiró a los blancos dominantes el derecho de hacer del país, el más poderoso del mundo y conducir sus destinos. MLK quería que los negros tuvieran las mismas oportunidades que los blancos, en un país que pregonaba la igualdad. Aunque transmitió su pensamiento en el tamaño de legado, mirando a EE.UU. después de 93 años de su nacimiento y 54 de su muerte, la segregación racial persiste como en el Perú. Basta mirar el asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco en Minneapolis, en mayo de 2020, a dos meses de declarada la pandemia, que desató una de las más grandes protestas en todo el país. EE.UU. de hoy, entonces, sigue siendo desigual y racista. Cerca del 40% de los reos en las cárceles estadounidenses son negros, persistiendo un prejuicio espantoso. Históricamente los negros africanos fueron sojuzgados por el blanco europeo que dominó los modos de producción. En el Perú, don José de San Martín, dio la libertad a los negros que nacieron a partir del 28 de julio de 1821 porque los blancos peruanos del naciente Estado, se opusieron que sea para los demás negros, al considerarlos, junto a los indígenas, la base de la economía. Para acabar con el racismo y la desigualdad, hay que educar a la gente, dominada mayoritariamente por la ignorancia y el prejuicio, pues en pleno siglo XXI, siguen hablando de “abolengo”, “notables”, etc. En Perú, en 200 años de vida republicana, a nuestra indecisa y conformista clase política le ha temblado la mano para hacerlo. Nadie ha querido invertir el 12% del presupuesto nacional para hacer realidad la gran revolución educativa. Ese fue el sueño de MLK.