Los exaltados que exigen que Dina Boluarte renuncie a la presidencia del país son los que votaron por ella en la fórmula que integraba con Pedro Castillo. Junto con su renuncia se exige el cierre del Congreso, nuevas elecciones y nueva Constitución. Es decir, lo mismo que dictó Castillo en su fallido autogolpe.

En este escenario es imposible que los argumentos racionales y jurídicos se comprendan. Así como los muchachos celebran la “hora loca”, una porción de la sociedad peruana padece (no celebra) la “hora boba” en la que las cosas se hacen aunque no se entiendan, ya sea por simple imitación irracional o por miedo.

Agucemos los sentidos para ver que detrás de todo esto se entreteje un objetivo político hegemónico con “las justas reclamaciones” de una población que se siente proscrita en el desarrollo del país. Se arguye de un viejísimo olvido por culpa del centralismo; se ha echado mano de un desprecio a los pueblos indígenas; se ha buscado maquillar el violentismo como protesta, alegando que no se trata de terrorismo aunque use los mismos métodos. No se quiere decir, pero lo que ha fracasado por inconclusa es la descentralización; en el Perú “el que no tiene de inga tiene de mandinga” y somos el país de todas las sangres; y los que incendian, bloquean carreteras o amenazan para que se haga lo que ellos quieren están haciendo terrorismo, no es otra cosa.

Y no dejan de ser lamentables, por inútiles, los llamados a un diálogo que emiten diversos actores individuales y colectivos. Los diálogos requieren de voceros, ¿existen éstos? No hay mejor negocio que el anonimato y los muertos para quienes están detrás de esta asonada.

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