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A contrapelo de los futurólogos que avizoran que con la reducción del empleo ocasionada por la robótica e inteligencia artificial vendrá aparejado un concepto de sociedad de bienestar que pague un ingreso básico a todos los desempleados para que puedan disfrutar de la vida sin trabajar, el historiador Niall Ferguson sale con una tesis opuesta (“The square and the tower”, Cap 60, 2017). Entiende que ello responda a la concepción de un sedado totalitarismo imaginado por Aldous Huxley, pero cree como resultado más probable se repetirán las revueltas violentas que crearán caos y anarquía, como aquellos que condujeron finalmente a la Revolución francesa.

La lección de la historia es que la creencia en un posible Gobierno anárquico es una receta que conduce al totalitarismo radical jacobino y que el mundo requiere algún tipo de orden jerárquico que tenga cierta legitimidad para evitar su autodestrucción. Así ocurrió con el Congreso de Viena (1814, Austria, Gran Bretaña, Rusia, Prusia y Francia) que restableció las fronteras europeas luego de la derrota de Napoleón Bonaparte, hasta la Segunda Guerra Mundial que estalla por el fracaso de Gran Bretaña de mantener el equilibrio entre bandos. Se restablece luego con otra pentarquía de grandes potencias en la ONU (1945, China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos).

Son sus intereses comunes los que permiten resistir la expansión del jihadismo, la criminalidad, el cibervandalismo así como el cambio climático. Les corresponde combatir la arena movediza del mundo Internet y anticipar la nueva gran anarquía que se avecina con el desempleo.