Chesterton decía que llegaría el tiempo de confusión en que sería preciso defender que el pasto es de color verde, esto es, verdades evidentes por sí mismas. Ese tiempo ha llegado y el asesinato de Charlie Kirk es una muestra más de hasta qué punto nuestro mundo se enfrenta a la persecución de cualquiera que intente dialogar buscando la verdad. Podemos o no comulgar con las opiniones de Charlie Kirk pero de allí a legitimar de cualquier forma el asesinato político equivale en la práctica a dar el primer paso para aceptar la tiranía y el totalitarismo.
En efecto, la libertad de pensar y dialogar es una premisa esencial que debe mantenerse en cualquier régimen político. Y el lugar por excelencia para fomentar el diálogo es la universidad. La Iglesia Católica crea la institución universitaria para formar a las elites que, buscando la verdad científica, gobiernen un territorio concreto e implementen el bien común. El conocimiento está fundando en la cooperación, en el diálogo y en la transferencia y esto solo es posible, esta fórmula solo es exitosa, cuando la libertad está garantizada. Ahora bien, ¿qué sucede cuando la casa de la libertad se transforma en una fábrica de perseguidores y potenciales servidores de la tiranía? Eso sucede cuando se pretende que en la universidad se instaure un pensamiento único y la cultura de la cancelación, aplastando al disidente y, en último término, asesinándolo.
Charlie Kirk, buscador de la verdad, acudió a los campus universitarios para enfrentar a los enemigos del cristianismo y la libertad con el arma poderosa de la lógica y el sentido común. Y allí fue asesinado. Creo en la universidad por la misma razón por la que otros quieren destruirla, creo en ella porque allí se puede y se debe pensar con libertad. De la libertad depende que surja una sociedad de criminales o de santos.