Pese a ser egresado de ingeniería en los últimos cuarenta años de mi vida jamás utilicé logaritmos, ecuaciones cuadráticas, funciones polinómicas, área de trapecios o coronas circulares, volumen de poliedros, funciones e identidades trigonométricas, entre otros temas del currículo de matemáticas que se exige a todos los alumnos para dar por aprobada su vida escolar. En cambio, sí he encontrado cantidad de personas que no pueden estimar mentalmente un porcentaje o un área plana, usar una regla de tres, calcular el costo de un bien con/sin IGV, calcular el costo de adquirir una fracción de un bien en el mercado que se vende al peso, o entender las medidas de volumen para una receta de cocina o un medicamento.

¿Tantas horas de clase para que buena parte de los alumnos odien las matemáticas y golpeen su autoestima?

Probablemente habría menos alumnos infelices en los colegios si no sintieran que saber matemáticas es la primera prioridad para ser considerados inteligentes y buenos alumnos.

Así mismo, si las universidades desistieran de este cuco maltratador y diseñaran formas de admisión universitaria que pueda prescindir de las matemáticas, y en cambio le prestaran atención a aquello que realmente define lo que es un buen universitario: pensamiento crítico y divergente, originalidad, creatividad, trabajo interdisciplinario en equipo, capacidad para diseñar y de convertir ideas en prototipos, etc.

Postulantes con esas habilidades tienen un mejor pronóstico de buen desempeño universitario que aquellos que lo sostienen solamente en sus altos puntajes en las pruebas de matemáticas.

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