Uno. Con el respeto que se merece el gran Julio Iglesias, algunas de sus canciones son plenamente aplicables a la existencia de Vargas Llosa. El Nobel se ha transformado en un sembrador de odio y traslada los delitos y errores del régimen de Fujimori a su hija, Keiko, demostrando una intolerancia muy poco liberal. Lo propio del ser humano es cometer errores y rectificarse. Y la verdadera libertad está en el perdón. Por eso, cuando Vargas Llosa relanza el viejo y nefasto lema “primero los chilenos antes que Piérola” convirtiéndola en la nueva y vergonzosa frase “cualquiera antes que Keiko” apela a lo peor del país, a la voluntad de desunirnos en función al pasado negándole una oportunidad al futuro. Todo esto, tristemente, sin capacidad para el perdón.

Dos. Las personas que no saben perdonar son incapaces de vivir a cabalidad. El orgullo, la soberbia, la pasión desmedida solo engendran dolor, desunión y fatalidad. El que no perdona es incapaz de amar. El amor es compromiso, es rutina voluntaria, es el combate del día a día, hasta el final. Y como siempre caemos en la refriega, todos los días tenemos que perdonar. El que no comprende esto carece del sentido común que nos habilita para amar. No perdonar equivale a olvidar lo mejor de la vida. En pleno año de la misericordia, el que no sabe perdonar ha olvidado cómo vivir de verdad.

Tres. Amigos: el que olvida vivir reemplaza el perdón por cualquier ídolo pasajero. Por eso, no sorprende que el hombre incapaz de perdonar, mutilado para la vida, se entregue a pasiones adolescentes, a torpes luces de neón que deslumbran sin saciar. Los ancianos que se entregan a pasiones adolescentes producen desenlaces dispersos. Los genios escriben elegías de Marienbad. Los mortales, los pobres mortales, adornan el papel couché.