Es alucinante la facilidad con la que los amigos del presidiario Pedro Castillo y sus escuderos de la izquierda mienten respecto a la legitimidad del gobierno de Dina Boluarte, por quien todos ellos optaron en las elecciones generales del 2021, y a quien llevaron a la Presidencia de la República el 7 de diciembre último, tras votar –en el caso de los legisladores elegidos por Perú Libre y Juntos por el Perú– por la vacancia del profesor luego de su golpe de Estado.

Incluso se mueven por otros países hablando de la “dictadura” de Boluarte y desinforman de forma descarada al decir, como hizo el impresentable de Pasión Dávila en Argentina, que Castillo fue víctima de un complot y un golpe de Estado, como si el mundo entero no lo hubiese visto anunciando por televisión el cierre del Congreso y la toma del sistema de justicia que ya le seguía los pasos tras ser acusado de ser un tremendo ratero.

Castillo no es ninguna víctima, como tampoco lo son quienes lo han secundado y hoy, con una tremenda cara de palo, salen a ponerse del lado del “pueblo”. A ellos habría que preguntarles qué hicieron durante su paso por el poder, más allá de blindar a su jefe corrupto –aparte de inepto– y dejar que la administración pública sea copada de pirañitas y aves de rapiña, las únicas que se volvieron “ricas” en un país de más pobres.

Acá el golpista ha sido Castillo, y ante su detención y vacancia que se concretó incluso con votos de esa izquierda que de forma alucinante hoy lo defiende, lo único que quedaba era que asuma Boluarte, guste o no. En lo personal, tengo reparos sobre la idoneidad de la señora. Recordemos cuando no quiso dejar su trabajo en una entidad pública, y el solo hecho de haber postulado por el partido de un corrupto como Vladimir Cerrón, pero es lo que hay.

Ella tiene la legitimidad que le da la Constitución, la cual no puede ser violentada a fuerza de tirar piedras, quemar llantas, tomar carreteras, asaltar comisarías, matar policías o destruir aeropuertos. En ningún país que trate de ser civilizado pueden imponerse a la institucionalidad, los vándalos y delincuentes que se mezclan con quienes sí salen a reclamar en forma pacífica por la atención del Estado y mejoras en sus condiciones de vida.

Pedro Castillo no es ninguna víctima, como tampoco lo son quienes lo han secundado.




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