Algunos tumores pueden extirparse. Están encapsulados, localizados, y permiten una intervención quirúrgica precisa. Pero hay otros que invaden órganos, tejidos y sistemas. Se expanden sin control. Hacen metástasis. La minería ilegal en el Perú pertenece a esta segunda categoría. No es un problema aislado ni superficial. Es un tumor no encapsulado que ha infiltrado el cuerpo de la nación.
Durante años, se ha intentado enfrentarla con operativos puntuales y promesas de formalización. Pero la minería ilegal ya no es solo una actividad económica fuera de la ley: es un fenómeno complejo que alimenta redes criminales, destruye ecosistemas y corrompe las más altas instituciones. Como un cáncer agresivo, se multiplica donde el Estado está ausente, y se nutre de la pobreza, la impunidad y la falta de voluntad política.
Está en Madre de Dios, pero también en La Libertad, Puno, Ica, Arequipa y más allá. Ha tomado el control de territorios enteros, arrasando con bosques, contaminando ríos, desplazando comunidades. No se trata solo de oro. Se trata de trata de personas, prostitución infantil, esclavitud moderna, violencia, destrucción ambiental.
Este tumor no se cura con un analgésico. Requiere un tratamiento integral: recuperación del control territorial, presencia estatal permanente, inteligencia, fuerza legítima, alternativas económicas reales y una ciudadanía comprometida. No hacerlo es resignarse a que la enfermedad avance hasta dejarnos sin país.
Aún hay esperanza. Pero será con decisiones difíciles, firmes y urgentes. La resignación ni la complacencia pueden ser parte del diagnóstico.