Cuando los historiadores del futuro investiguen sobre la segunda década del siglo XXI en el Perú, van a terminar rascándose la cabeza. Pero no van a evitar llegar a otra conclusión que el admitir que lo que ha ocurrido en estos últimos tres años aquí, no ha pasado en dos siglos. No es poca cosa haber experimentado “en democracia” un amago de dictadura del proletariado con el amauta de opereta Pedro Castillo, para terminar viviendo una auténtica dictadura del prontuariado con la presidenta investigada y el hermanísimo fugado.

La inseguridad en todo el país ha traído la muerte como noticia diaria, pero también la comicidad involuntaria y oficial protagonizada por “Los chistosos de Palacio de Gobierno”. Matiné, vermú y noche. ¡Cosa de locos!

Pero todo cansa. Y el pueblo terminó hartándose de este gobierno tragicómico. Y por eso menudean las protestas, que además de gritos templados por la rabia, vienen acompañadas de financiamientos non sanctos, además de huevos y piedras a los ministros. Solo un ciego y sordo no podría darse cuenta de que no hay modo de que una ceremonia oficial, con la asistencia de la presidente o ministro en busca de aplausos, transcurra de modo normal. Nunca ha ocurrido esto. No es que la población haya perdido totalmente el respeto por las autoridades. Es que las autoridades han perdido el respeto por la población, ha muerto la autoridad, en medio de una borrachera de poder, que ya está amenazando la propia seguridad nacional.

No son los distritos, una ciudad o, finalmente, el país el que debe de declararse en estado de emergencia. No, no, no. ¡Es el gobierno el que debe de declararse en estado de emergencia! Por eso, y a fin de hacer más patente esta decisión, me permito recomendar a la excelentísima presidente, y a los distinguidos ministros, que usen casco, porque ya no saben por dónde vendrá el palo, la piedra o el huevo.