El dos veces candidato presidencial César Acuña está terminando con el poquísimo capital político que le quedaba tras haber convertido en socio del gobierno marxista leninista de Pedro Castillo, al haber demandado al periodista Christopher Acosta, el editor Jerónimo Pimentel y la editorial Penguin Random House Perú por la publicación del libro “Plata como cancha”.

Está previsto que la sentencia por el presunto delito de difamación agravada sea dictada hoy por el titular de 30 Juzgado Penal Liquidador, Raúl Jesús Vega, y todo hace indicar que Acosta y sus coacusados serán condenados, lo que estaría dejando un pésimo precedente en materia de libertad de expresión que afecta el trabajo de los periodistas, algo que no es de ahora, sino que ya viene desde hace mucho tiempo.

Pero más allá del tema judicial, es preciso poner de manifiesto la actitud de Acuña, quien afirma no haber leído el libro, pero que igual ha insistido en este proceso en un claro intento por arrinconar y silenciar a la prensa, cuyo trabajo es precisamente poner los reflectores sobre políticos y aspirantes a convertirse en autoridades, que a lo largo de sus vidas han dejado más espacios con sombras que con luces.

El señor Acuña debería recordar que todo político debe ser un defensor de la libertad de expresión, quizá el más grande indicador de democracia y el respeto a los derechos fundamentales de las personas. Los ciudadanos quedan notificados de la actitud poco democrática y tolerante de este caballero, que casi al final de su carrera ha terminado convertido en aliado de un gobierno patético como el de Perú Libre.