Lo que ha hecho el Poder Judicial al disponer que se disuelva el llamado Movimiento por la Amnistía y los Derechos Fundamentales (Movadef) por ser el nuevo rostro de la banda terrorista Sendero Luminoso, y el encierro en prisión de sus cabecillas, no hace más que confirmar lo que cualquier peruano de bien y con algo de criterio podía saber desde hace mucho: que estos asesinos no merecían el más mínimo espacio en la vida política y la legalidad del país que ellos mismos quisieron dinamitar desde el inicio de los años 80.

Era evidente que hacia el Movadef no cabía una mirada tibia ni benevolente con el argumento de que ya “pagaron sus penas”, “se arrepintieron”, “ahora no ponen bombas ni matan” o que “la democracia debe dar espacio a todas las voces”. Nada de eso. Terroristas tan salvajes como los senderistas jamás han merecido otro destino que la cárcel o la muerte en caso decidan enfrentar a las armas de la autoridad del Estado que hoy a través del Poder Judicial los ha sacado de circulación para siempre.

Qué dirán ahora los defensores del golpísta Pedro Castillo, quien hasta el final de su nefasta gestión recibía en Palacio de Gobierno a miembros del Movadef o adherentes a esta organización que se había convertido no tanto en el “brazo político” de Sendero, sino en su nueva identidad. Qué dirán, también, los que querían ver a estos criminales disfrazados de “viejitos inocentes” e “intelectuales de izquierda”, participando en elecciones y quizá colocando otra vez a un presidente o a congresistas afines a su brutal prédica.

Además, en los últimos 20 o 30 años, esta gente ha dejado en claro que es incorregible y que pese a haber pasado largos años en prisión, sigue con el cerebro carcomido por germen de la violencia y el odio que inoculó el asesino mayor que ha tenido el Perú: Abimael Guzmán. Allí están como ejemplo Elena Iparraguirre, Osmán Morote o Alfredo Crespo, quienes para bien del país, tras la sentencia conocida el lunes último, nunca más verán la luz de la libertad.

Es de esperarse que con esta contundente sentencia del Poder Judicial, se cierre el absurdo debate sobre si lo que queda de Sendero tiene o no un espacio en la política y la legalidad el país. Hoy sabemos que son terroristas, que son asesinos, que son unos carniceros, y que por lo tanto merecen ser echados al tacho de la basura de la historia peruana que siempre estará marcada por las vidas que arrebataron, y las heridas físicas y emocionales que abrieron con balas y petardos de dinamita.