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Las primeras palabras de Ollanta Humala en libertad muestran el absoluto descaro del político peruano. Son frases que indignan por su desfachatez, por la legítima interpretación de que tras nueve meses en la cárcel una persona es capaz de no aprender nada, de solo multiplicar sus egos y considerar que lo que lo tuvo nueve meses tras las rejas no son el asalto armado a la ley, el cogoteo a la legalidad, sus oscuras relaciones con la mafia internacional, sino la psicotrópica conclusión de que “nos investigan por nuestro origen”. Es casi una afrenta. Un insulto a los peruanos que son conscientes de que la mayoría de las fechorías de los Humala/Heredia están absolutamente comprobadas y que saben que si ahora están en la calle es porque se han valido de la complicidad de un TC pusilánime y quizá hasta asociado con los grandes intereses de los políticos beneficiados con esta decisión. ¿A qué apuntan los detractores de la prisión preventiva? Pues pese a saberse culpables, a entrampar las investigaciones, a alargarlas en un sinfín de hábeas corpus, recursos y leguleyadas, a enredar sus estrategias en el vertiginoso entramado de la legislación penal peruana, que todo lo permite en tiempo y espacio. Apuntan a lo que hace Toledo con su extradición, a lo que apelan AGP y PPK con las comisiones que los investigan en el Congreso, a lo que recurre “Goyo” Santos, libre pese a su coima refrendada, a lo que perpetra el prófugo Gustavo Salazar y a lo que urdirán ahora todos los que no tenían este dulce fallo del TC, que será en adelante la piedra angular de todos los facinerosos de cuello y corbata que enajenaron el erario público y que ahora deben enviarle un arreglo floral de agradecimiento a Ernesto Blume, Eloy Espinosa-Saldaña, Carlos Ramos y Augusto Ferrero. Gracias, señores magistrados. Han pasado a la posteridad.