Hay significativos cuestionamientos en torno al próximo proceso electoral, en particular, en lo que respecta a su i transparencia. Existe una creciente preocupación sobre el funcionamiento, el desarrollo y la percepción de la imparcialidad de autoridades y funcionarios, cuya conducta debería disipar cualquier sombra de duda acerca de la legitimidad del proceso.

En este contexto, resulta escandaloso el silencio y la normalización sobre las irregularidades en la inscripción de partidos políticos. Nunca se había presenciado cómo, a pesar de evidencias fehacientes de la fabricación ilegal de firmas, las autoridades han permitido el avance de esos procesos. Esta omisión constituye un grave atentado contra la democracia misma, pues al validar la participación de agrupaciones cuya inscripción se basa en ilícitos, se lesiona directamente el sistema. La complicidad de las autoridades resulta innegable.

De otro lado, la inclusión de Vizcarra en algunas encuestas preelectorales sugiere una deliberada estrategia de distorsión. Esta maniobra, que introduce una posibilidad inexistente, parece diseñada para incrementar la confusión ya generada por la profusa oferta electoral. De hecho, esto podría responder a una agenda desestabilizadora. Finalmente, a pesar del largo camino que nos falta recorrer, no puede obviarse los cambios a nivel global, los cuales, sin duda, influirán en el debate electoral. A modo de ejemplo, el fenómeno Milei, surgido como una respuesta al wokismo, al progresismo y a la agenda globalista, anticipa tendencias análogas en el Perú. Todos estos elementos están intrínsecamente relacionados, puesto que se avecina un proceso en el cual se definirá la sostenibilidad del modelo peruano por al menos un par de décadas más.