Benjamin Constant, teórico político del siglo XIX, sostenía en sus Escritos Políticos, una serie de elucubraciones más que interesantes, que describiremos de inmediato. Criticó con acierto las posturas políticas del francés Juan Jacobo Rousseau, defendió ardorosamente la discusión en las asambleas representativas, evidenció la responsabilidad de los electores al momento de depurar y seleccionar a los candidatos aspirantes a un escaño, elogió el sistema representativo -propio de nuestras modernas democracias-, y se mostró a favor de la reelección de los representantes del pueblo -dejándonos coherentes y sólidos argumentos para apoyar esa iniciativa-. Pero no serán esos tópicos en los que ahondaremos, sino en un defecto que el teórico detecta y que considera, es un vicio propio y exclusivo del cuerpo legislativo. Nos referimos al “exceso imprudente de leyes”. Veamos su exquisita manera de razonar, no sin antes advertir la presencia de una oculta ironía en sus ideas: “El exceso de leyes satisface dos inclinaciones naturales en los legisladores. Primero, la necesidad de actuar. Segundo, el placer de creerse necesarios”. Al parecer, los legisladores son movidos por fuerzas mayores, incapaces de dominar. Continúa Constant: “Siempre que se le concede una misión especial a un hombre, prefiere hacer de más que de menos”. El descontrol y aumento imprudente en la generación de leyes, debe movernos a reflexionar sobre lo que ocurre en nuestro Congreso. Consideramos también, uniéndonos al esquema propuesto por el autor suizo-francés, que hablar demasiado desde la tribuna parlamentaria, en especial, si no se tienen los dotes naturales del orador, es una actividad imprudente.