Ayer por la mañana, cuando los peruanos nos alistábamos a celebrar hoy los 29 años de la captura del cabecilla senderista Abimael Guzmán, se confirmó la noticia de la muerte de este sujeto de 86 años, quien es considerado el más grande genocida y carnicero de la historia del Perú por ser el causante de la muerte de miles de peruanos que aún son llorados por sus deudos.

Queda a los peruanos estar muy atentos con los procedimientos que adoptará este gobierno que cuenta con miembros con evidentes y condenables cercanías con el senderismo, como el propio premier Guido Bellido y el ministro de Trabajo y Promoción del Empleo, Iber Maraví, para evitar que se esté haciendo apología del terrorismo y facilitando “los homenajes”.

No olvidemos que Guzmán ha sido cabecilla de una banda mesiánica y que ya en el pasado hemos tenido que soportar la existencia de un infame mausoleo en Comas, que fue hecho público por Correo en setiembre de 2016. La eventual tumba de este genocida no puede ser convertida en un lugar de homenajes ni romerías.

Guzmán está muerto, pero el país no puede bajar la guardia, y menos cuando para desgracia del Perú tenemos un gobierno infectado por gente con al menos simpatías por esta banda armada  que como ya hemos visto, no se detiene.