Hace algún tiempo, cuando dirigía el diario Correo Ayacucho, siempre escuchaba que al gobernador regional Wilfredo Oscorima lo llamaban “WIlly” o “tío Willy”. Propios y extraños lo trataban de una forma coloquial. Por eso me resultó muy extraño que la presidenta Dina Boluarte, quien se considera muy amiga y hasta hermana de este personaje lo llame Wilfredo. “No sabe ni mentir, todos sus amigos le dicen Willy. Se nota que Dina nos quiere agrrar de coj... Nadie le dice Wilfredo”, me dijo un amigo ayacuchano.

Lo cierto es que nadie le cree a la presidenta y todo indica que el costo político que pagará será muy alto. Su versión de los hechos ha sido recibida con escepticismo y, a medida que las inconsistencias se hacen evidentes. Ya de nada vale arremeter contra los periodistas y menos refugiarse en la pésima estrategia de reducir todo a “un asunto personal”.

La prensa en todo el mundo informa hasta lo mínimo de sus gobernantes. Desempeña un papel crucial al desentrañar los hilos de la verdad detrás de los velos de la política. El periodista y escritor argentino Andrés Oppenheimer explicaba hace 26 años por qué los estadounidenses querían saber todo sobre la relación del presidente Bill Clinton y la becaria Monica Lewinski. “El periodismo norteamericano se mete mucho a la vida privada, hasta el exceso. Quiere saber todo de un personaje. Es que la tradición anglosajona cree que si los hombres no son honrados en su vida privada, tampoco lo serán en la vida pública”. Creo que si Dina Boluarte no puede ser honesta en un asunto tan aparentemente trivial como los relojes Rolex, ¿cómo podemos confiar en ella en asuntos de mayor envergadura? En un escenario donde cada palabra cuenta, la situación de la mandataria es endeble.

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