El estado de emergencia, el aislamiento social obligatorio y el toque de queda o inamovilidad, nos está permitiendo tomar conciencia, siendo los humanos seres sociales por excelencia, de la necesidad de la presencia del Estado, debiendo supeditar nuestros intereses particulares a la seguridad colectiva.
La pandemia por el Coronavirus va a significar un antes y un después en el comportamiento de las personas, empezando por apreciar la salud como un tema de interés público y para todos. No basta sentirnos seguros como individuos y a salvo de la pandemia. Se trata de un problema social, de la capacidad, otra vez, del Estado de atender a todos, porque de nada sirve la salud de uno si el resto de la comunidad no la tiene.
Hemos visto y sentido la necesidad de la presencia del Estado, regulando y normando las relaciones entre los individuos, incluyendo su faceta autoritaria. En este momento, las posiciones que plantean reducir a su mínima expresión el Estado, así como dejar al libre mercado la supuesta solución de los problemas, han perdido peso y esperemos que no lo recuperen, porque ¿Cómo aceptar que ante la necesidad de viajar para reunirse con sus familiares, las aerolíneas elevaran el precio de sus pasajes de manera exorbitante, u otras compañías pretendieran seguir produciendo haciendo pasar gaseosas como alimento básico?
Ha sido el sector público, los hospitales y centros de salud del Ministerio de Salud, el que ha salido al frente de la crisis, mientras que el sector privado ha mostrado serias limitaciones porque su lógica de ganancia se las impone, ante la necesidad de políticas públicas de mejor calidad de vida para toda la población.
Por ello se vuelve indispensable repensar nuestra economía y nuestra sociedad, con un Estado ágil, eficiente, pero sobre todo presente en la vida de los ciudadanos.