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A raíz de la guillotina política que pende sobre la cabeza del presidente Pedro Pablo Kuczynski, tras confirmarse sus vínculos nada santos con la empresa Odebrecht, me preguntaba: ¿por qué diablos nuestro país tiene tan mala suerte con sus mandatarios?

Y recordé el libro del español Álex Rovira, titulado precisamente “La buena suerte”, en el que -a nuestro entender- discurre parte de la respuesta: la buena suerte no es algo que pase a los que no la buscan y, evidentemente, los peruanos no estamos pisando las pistas que nos encaucen por el camino correcto.

Dicho de otro modo, así como bajo los pies de Sid crecieron los tréboles de cuatro hojas requeridos por Merlín, tenemos que remover el terreno político convencidos de que no volverán a nacer jefes de Estado que luego irán presos a manos de la maldita coima, entrelazada con la corrupción.

Que tengamos dos expresidentes en prisión (Fujimori y Humala), dos investigados (Toledo y García), y el actual inquilino de Palacio de Gobierno más embarrado que palo de gallinero, denota que hemos apostado irresponsablemente por el azar, sin reparar en que la Presidencia de la República no es un juego.

Ha pasado lo que en el fútbol: la mediocridad se apoderó de nuestras canchas, primó la desorganización, los Burga lo pudrieron todo y estuvimos 36 años en el ostracismo pelotero hasta que vino Gareca, un DT que cree en la buena suerte, pero no en jugadores que decepcionen al país. Chau Pizarro, chau Vargas, chau Zambrano y bienvenida la sangre nueva. Hoy jugaremos el Mundial Rusia 2018.

La clase política actual no da para más, tiene que ser renovada de cepa, y eso está en manos de nosotros, los electores. Que la suerte nos acompañe.