Quizá la explicación al hecho de que la popularidad de la presidenta Dina Boluarte sea de 5% o menos y hasta se acerque al error estadístico, esté en el fondo de las palabras que pronunció el sábado último por los 200 años de la creación de Chalhuanca (Aymaraes, Apurímac), su tierra, donde destacó la importancia de la democracia, las libertades y el crecimiento de la economía basado en la apertura del mercado y las exportaciones, especialmente las mineras y agrícolas.

Hasta ahí todo suena muy buen. Sin embargo, la postura política e ideológica que hoy exhibe la señora Boluarte no es de siempre. Recordemos que ella postuló por un partido de izquierda radical y antisistema como Perú Libre y que quien encabezaba su plancha era un filosenderista y sindicalista tirapideras como Pedro Castillo. Ella era una ardua defensora de medidas que de haber sido llevadas a la práctica, hubieran hundido a este país. Ese “estatismo” del que hoy despotrica, era su bandera.

Para la izquierda, la que sueña con el retorno al poder de Castillo y una nueva Constitución como la de Venezuela o Bolivia, la señora es una “traidora” que se alejó de sus “principios” para mantenerse en el poder tras el golpe del profesor chotano; mientras que para la derecha, la mandataria es una “oportunista” que pese a no estar convencida de las bondades de una economía abierta, por interés y afán de supervivencia se ha subido al carro de las bancadas del llamado “bloque democrático”.

Desde la derecha la ven como un mal necesario, como un mal menor, pues peor hubiera sido que se quede el golpista que estaba dispuesto a destruir el país mientras se lo levantaba en peso. Y si, además, a eso le sumamos frivolidades imperdonables y con olor a autogol como el exhibir relojes Rolex de oscuro origen y las operaciones estéticas, todo rodeado de un manto de mentiras, a lo que se añade la ineficacia de su gobierno en la lucha contra la criminalidad, entonces vemos con claridad por qué la señora es tan impopular.

La señora no es de acá ni de allá. No encaja ni en la derecha ni en la izquierda. De todos lados la ven con malos ojos, con desconfianza. El valor de su palabra y de sus convicciones están por los suelos. Dice que su falta de aceptación popular es un invento de sus enemigos y de los medios, a los que detesta y quisiera ver mudos o alabándola, quizá en un arranque nostálgico del ideario totalitario de Perú Libre, el partido que la llevó al poder para mal de todos los peruanos.