En el debate sobre el rol del Estado en la economía de mercado, persisten dos posturas extremas: quienes defienden su mínima intervención y quienes exigen su expansión desmedida. Sin embargo, la verdadera clave del desarrollo no radica en más o menos Estado, sino en un Estado eficiente y suficiente.
Una economía de mercado no es sinónimo de ausencia estatal. Por el contrario, para que funcione, requiere un marco normativo claro, instituciones sólidas y políticas públicas que generen estabilidad y equidad. La historia ha demostrado que los mercados, cuando operan sin regulación, pueden derivar en monopolios, crisis financieras y desigualdades insostenibles. Pero también ha quedado claro que un Estado sobredimensionado, burocrático e ineficiente puede asfixiar la iniciativa privada y desincentivar la inversión.
El Estado debe garantizar reglas de juego justas, fomentando la competencia y asegurando el cumplimiento de contratos. Debe proveer bienes públicos esenciales como educación, salud e infraestructura, sin los cuales la productividad y el crecimiento económico se ven seriamente limitados. Asimismo, tiene la responsabilidad de corregir fallas del mercado. Pero esto no significa que el Estado deba asumir un rol empresarial ni intervenir en cada rincón de la economía. Su función es actuar como árbitro y facilitador, creando condiciones propicias para el emprendimiento y la innovación.
Un Estado suficiente es aquel que entiende su rol: proteger sin sofocar, regular sin frenar y promover sin distorsionar. Ahí radica el desafío de cualquier nación que aspire a un crecimiento sólido y desarrollo con igualdad de oportunidades. Esta es la tarea que tiene el Perú para las siguientes décadas, lejos de ideologías.