La centroderecha requiere para el 2026 de una opción liberal con firmeza ideológica, convicciones económicas y políticas claras. Adicionalmente, con un plan contra la inseguridad ciudadana bajo un criterio de mano dura y que genere una confianza pública sin atenuantes.

No encajan en este espectro dos potenciales candidatos como Rafael López Aliaga y Rafael Belaunde Llosa. En los últimos días, hay un hecho que los ha unido y que los pinta de cuerpo entero. Que desnuda sus intolerancias y enaltece sus débiles credenciales democráticas. Ambos han rebatido a sus detractores con alusiones personales absurdas e injustificadas.

A los cuestionamientos del periodista Nicolás Lúcar, el alcalde Lima ha recurrido a un tema familiar del pasado, que en nada interesa al país sobre un debate orientado a su gestión o a políticas públicas y lo acusa de “destruir una familia”.

A algunas críticas de Aldo Mariátegui, el integrante de Libertad Popular no responde con argumentos políticos consistentes sobre su reunión con Harvey Colchado y Gino Costa, sino que alude a una vivencia personal del hombre de prensa y hasta lo califica de “mantenido”.

Ese es el nivel de estos políticos. Eso es lo que ofrecen al país desde sus trincheras recalcitrantes y su ego superlativo. El insulto como arma, para empezar, y por no profundizar en lo funesto que resulta convertirse en una malagüa acomodaticia con tal de ganar votos y dejar claro ante el electorado que tienen en la cabeza una coladera sin convicciones.

El 2026 requiere de una opción liberal seria y no de la irreverencia chicha y el berrinche primitivo.