La zozobra y el caos continúan en el Perú. Más de un mes después de las primeras protestas contra la presidenta Dina Boluarte y las exigencias a favor de un adelanto de elecciones generales, no se calman las circunstancias y arrecian los actos violentos.

Algunos estudiosos dicen que no se veía esto desde las luchas anarco sindicalistas de los obreros limeños por la jornada de las 8 horas de trabajo, en los inicios del siglo XX. Más de diez años duró la convulsión social que terminó en enero de 1919. Los manifestantes se tendían en la vía férrea de Vitarte para impedir el paso del tren y derribaban tranvías.

Murieron muchos. Solo en el Valle de Huaura, en 1917, las esposa de los peones y vendedores de mercado se enfrentaron a la policía y cerca de 30 mujeres perdieron la vida.

Ha pasado mucho tiempo y el país está en vilo nuevamente por tanta violencia. Los extremistas quieren aprovechar la coyuntura para imponer su agenda y traerse abajo el sistema democrático. El Gobierno no atina a otra cosa que responder con desesperada agresividad. En medio, la inmensa mayoría de peruanos aterrorizada y paralizada por esta barbarie. No hay una voz que diga: “¡Alto al fuego! .

Está claro que la crisis actual no es un accidente. Las tormentas de antagonismo y odio han viciado la atmósfera política desde hace mucho. El vandalismo y los actos de terror de algunos impiden construir un sistema de acuerdos, pero hay que superar ello.

Esto nos obliga a cambiar y ver las cosas de otra manera. No alcanza con la simple convocatoria a un diálogo, eso es solo una estrategia de imagen. Hoy es necesario forjar un consenso, pero con gestos firmes y creíbles. Hay que hacer mea culpa y recordar que “ningún acuerdo se concretará si antes de empezar cualquier diálogo no renuncian a imponerse”.

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