“Hay noticias que golpean como puños”, decía García Márquez. Y una de esas nos acaba de sacudir con crudeza: más de mil bodegas quebraron este año por culpa de la delincuencia. No por mala gestión ni por falta de clientela, sino por extorsión, por atentados, por miedo. Lo dijo claro Andrés Choy, presidente de la Asociación de Bodegueros del Perú. Lo que alguna vez fue símbolo de trabajo honrado, de esfuerzo familiar y de cercanía barrial, hoy es blanco de criminales que cobran “cupos” a punta de balas.
La calle ya no es de la gente. Es del crimen. Y mientras la extorsión decreta la pena de muerte de los pequeños negocios, el Gobierno se cruza de brazos y la Policía se disfraza. Literalmente. Porque mientras los delincuentes siembran terror, los operativos policiales son protagonizados por efectivos vestidos de “Chapulín Colorado” o “Chavo del 8”. Una caricatura del orden, una tragicomedia.
La realidad es innegable: no hay estrategia, no hay inteligencia, no hay liderazgo. En lugar de fortalecer a la Policía, dotarla de herramientas, tecnología o reforzar el patrullaje en zonas críticas, la cúpula policial opta por premiarse con lujos. La reciente compra de 168 vehículos de alta gama para el Comando Policial —8 Audis, 40 camionetas Toyota RAV4 y 120 Toyota Corolla— por 17 millones de soles, es un insulto a un país que sangra.
Y se vienen las elecciones. Pronto lloverán promesas. Todos tendrán soluciones mágicas. Todos sabrán exactamente cómo combatir la inseguridad. Nos dirán que basta voluntad para acabar con el crimen. Pero ya lo advertía con ironía Mary Ann Evans, alias George Eliot: “Se acercan las elecciones. Se declara la paz universal y los zorros muestran un interés sincero por prolongar la vida de las aves de corral.”