No hay peor ciego
No hay peor ciego

¿Por qué una figura como Carmen Omonte no entiende que la controversia que hoy la rodea complica innecesariamente a un gobierno que la invitó a participar en él sin saber que, con ella, llegarían una serie de cuestionamientos políticos en su contra, zarandeando su presentación ante el Congreso? ¿Qué pudo llevar a Keiko Fujimori a no tomar la iniciativa de zanjar enérgicamente con un parlamentario que, según serios indicios, utiliza una empresa de fachada para contratar con el Estado, estando prohibido de hacerlo?

Más allá de sus motivaciones, resulta evidente la dificultad de ambas para responder ante las expectativas ciudadanas. Una "ceguera" que las lleva a pensar -como a muchos otros- que el tiempo es la única salida ante una crisis y que lo mejor es aguardar a que llegue la siguiente. Véase si no el caso de la congresista Cenaida Uribe y sus defensores en el oficialismo, quienes hasta la semana pasada soportaban diversas imputaciones tras denunciarse que ella habría gestionado intereses de una empresa publicitaria. Lo cierto es que un escándalo no borra otro, solo lo soslaya, y la sensación de hartazgo ciudadano crece con cada caso.

Lo mismo puede decirse de la alcaldesa Susana Villarán, quién incurrió en la torpeza, a fines del 2011, de gestionar un préstamo de la Caja Municipal, el mismo que paga hasta hoy. El cuestionamiento no es legal sino político: ¿cómo es que aún no entregaba una obra de importancia a Lima y ya obtenía un beneficio para sí misma? Ahora se sabe que otros regidores de su partido no solo obtuvieron créditos, sino que son morosos. ¿Alguna palabra de Villarán aceptando el yerro y asegurando que sus seguidores honrarán la deuda impaga? Hasta ahora nada.

En la política peruana, la soberbia es una plaga. No hay partido que sea inmune a ella. Desde una Nadine Heredia que le restriega al país su poder sin sustento legal, hasta una Keiko que no parece comprender que mostrar indiferencia ante las fallas éticas al interior del fujimorismo es algo que explotarán muy bien sus adversarios, pasando por un precandidato municipal que celebra ante los medios ser hoy más conocido gracias a las denuncias de violencia doméstica en su contra, la política peruana derrocha gestos de "ceguera" política que ahondan la desconexión entre representantes y representados.