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Colombia está partida en dos. El plebiscito les ha hecho revisar la palabra perdón. El triunfo del ‘No’ significa corregir lo que firmaron el presidente Santos y ‘Timochenko’; que más que un acuerdo, era una rendición de Colombia a los propósitos de las FARC desde hace 50 años: tomar el poder para imponer, desde Nariño, el marxismo-leninismo.

El costo de este conflicto -más largo que las dos guerras mundiales, la guerra civil española, Corea, los Balcanes, Vietnam y el Golfo Pérsico juntas- significó 220 mil muertes, 45 mil desaparecidos y 27 mil secuestrados. Una estadística tan brutal no tiene otro camino: la paz. ¿Pero a qué costo? Darles escaños en el Congreso a las FARC sin voto popular, millones de dólares del erario, la amnistía a quienes cometieron crímenes de lesa humanidad, TV y radio para que siembren su ideología sin pedir perdón, y un sinfín de humillaciones para las víctimas y para toda Colombia.

¿Cómo no iba a ganar el ‘No’ en esas condiciones? Hubo un 63% de ausentismo, sí, pero qué colombiano medianamente informado pudo querer ir a votar con los pantalones abajo; algo que era este mal llamado acuerdo.

La negociación en La Habana fracasó. Los cabecillas de las FARC deben negociar en Colombia y sin la protección de los Castro, que tras este resultado quedan fuera del acuerdo. Está claro que velaron por los intereses de la guerrilla, y no por los de las víctimas.

Santos tiene este mes para hacer oír la voz del pueblo; lograr una paz con justicia y, quizá, convocar a un nuevo plebiscito. Su legitimidad está en juego. Si fracasa, no tendrá más camino que la renuncia. 

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