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Cada olimpiada -o cada mundial, según sea el caso- nos permite recordar la lamentable carencia de una política deportiva en el país. Con Río 2016 frente a nuestras narices, el sentimiento es más doloroso, pese a que esta vez clasificaron 29 competidores, una de las delegaciones más numerosas, pero, como las otras, con mínimas opciones de una medalla olímpica. El gran déficit de calidad del sistema educativo arrastra al deporte como una hoja en medio de un tornado. Los cursos de educación física se dictan como una forma simplona de cumplir con el currículo, sin profesionales capacitados y sin las condiciones de infraestructura que el Estado debería proveer. Considerado un relleno en la libreta de notas, es imposible que el sistema permita competencias internas y externas, identificación de alumnos con condiciones para la alta competencia, capacitación permanente, crecimiento deportivo, alimentación y apoyo económico. Colombia y su “Plan decenal del deporte 2009-2019” podría ser un ejemplo: prioridad en el presupuesto público, gran participación de los municipios, apoyo en pensiones, casas y alimentos a deportistas jóvenes calificados y competencia permanente. El país de Gabo obtuvo ocho medallas en Londres 2012 y no es casual que su plan termine en los Panamericanos de Lima. El Perú no ha llevado ningún deporte colectivo a Río y, salvo esfuerzos individuales, va camino al chasco al 2019. Ejercitarse en el patio de Palacio de Gobierno es una anécdota insignificante frente a lo que se debería hacer: estrategia que un ministro como Jaime Saavedra, con tres años en el cargo, debería tener clara.

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