Todo está construido para evitar que pienses. La sociedad posmoderna, el Estado liberal-positivista, las pseudo religiones gnósticas y agnósticas, la ficción de los medios de comunicación. El relativismo evanescente que caracteriza nuestro tiempo está fundado sobre esta premisa: pensar es subversivo, pensar es vano, irreal, utópico y peligroso. El que piensa debe ser desterrado, eliminado, perseguido. Esta idea vieja como el pensamiento ahora se llama política de cancelación.
Sí, pensar es peligroso porque pone cosas en movimiento. Pensar es cuestionar, dudar, contrastar las ideas con la realidad. Finalmente, la realidad se impone, aunque cueste, aunque duela. Y la realidad no admite cortapisas, pequeñas excusas, mentiras piadosas. La realidad debe ser el norte y el principio, el Alfa y el Omega de todo pensamiento. Los sueños son eso, sueños, frenesí violento, ilusiones condenadas a luchar contra la realidad. La realidad puede modelarse por visiones, pero las visiones nunca deben renunciar a la realidad posible. De visiones mal concebidas está hecha la política del terror. El romanticismo político intenta que veamos a las ensoñaciones ideológicas como premisas verdaderas de la realidad. Por eso fracasa. El wishful thinking ha hecho mucho daño a países acostumbrados a lo real maravilloso, a la política del vaivén y del acomodamiento. La ensoñación política nos ha costado muy caro. Crear candidatos donde no hay materia prima, alucinar que existen partidos políticos cuando se trata de clubes de amigos e intereses, o pretender controlar el Estado sin cuadros, sin medios y sin doctrina equivale a suicidarse sin pensar a fondo en las consecuencias, en el daño y en la repercusión. Por eso, solo en la realidad está la auténtica política.