El sistema de justicia atraviesa una crisis cuyo epicentro se manifiesta en el deterioro del Ministerio Público. La politización e instrumentalización ideológica de este órgano amenaza con socavar los cimientos del Estado de derecho al convertirlo en un mecanismo de persecución política, abdicando su rol como garante de la legalidad.

Sin embargo, el daño más pernicioso es la consolidación de una costumbre de la cofradía progre-caviar: el desacato a las normativas y resoluciones que contravienen sus intereses. Se ha normalizado una conducta de desobediencia al ordenamiento jurídico, generando un estado de caos e incertidumbre jurídica que pone en jaque la predictibilidad y la estabilidad del sistema democrático. Esta práctica no es un hecho aislado, sino que responde a un patrón de comportamiento recurrente.

Esta estrategia se acompaña de una narrativa mediática que apela a una supuesta “defensa de la democracia”, movilizando a falsos valores que intentan deslegitimar las decisiones institucionales que les son adversas. Esta táctica no solo confunde a la opinión pública, sino que agrava el deterioro de un sistema ya debilitado.

Resulta impostergable y urgente abordar esta problemática mediante una reforma del sistema de justicia, con especial énfasis en el Ministerio Público. Dicha reforma debe tener como objetivo erradicar cualquier vestigio de instrumentalización política e ideológica. Solo así se podrá garantizar la legalidad, proteger los derechos de todos los ciudadanos y reconstruir la confianza en una de las instituciones más vitales para la salud de nuestra República.