Cuando usted va a contratar el servicio de un empleado, para la empresa o para la casa, toma sus precauciones. Averiguamos sobre lo eficiente que es y sobre sus antecedentes. No se nos ocurre dejar entrar a la casa a alguien que viene de la prisión o que sabemos está en proceso de irse preso. A cualquiera no le vamos a dar las llaves de la casa, ni acceso a la caja fuerte o a nuestra cuenta bancaria. ¿Podríamos trasladar el cuidado que tenemos hacia nuestra familia y nuestros bienes, hacia nuestra casa grande que es el país, y hacia nuestra familia grande que son nuestros compatriotas? Si algunos de los más importantes (según las encuestas) candidatos a la presidencia están o han estado presos, o están siendo procesados judicialmente, quiere decir que hemos “normalizado” la delincuencia en la política. Normalizar significa hacer normal algo que no lo era o había dejado de serlo. O hacer que algo se ajuste a una regla, norma o modelo común. Mejor dicho, que deje de ser anormal. No es normal que la gente robe, coimee, mate personas, cometa fraude, lave dinero ilegal. Tampoco es normal que los delincuentes aspiren a ser gobernantes. Pueden ser jefes de mafias, de organizaciones criminales, de pandillas o grupos parecidos, pero no podemos dejar a los ratones cuidando el queso. Si así de notoria es la presencia del delito entre los candidatos presidenciales ya podrán imaginarse la cantidad de personajes que, igualmente, buscan protegerse de la mano de la justicia, cubriéndose con el cargo público que le damos los tontos electores. ¿Que la ley lo permite? No nos pongamos exagerados y reclamemos sólo santos para un buen gobierno, a ver quién tira la primera piedra. Pero el sólo aceptar que postulen perseguidos por la ley ya es una ofensa. Dice muy mal de nosotros, los electores.

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