Apenas supe de la muerte de los tres bomberos en el incendio de El Agustino, lancé una pregunta en Twitter: ¿crees que los bomberos deben dejar de ser voluntarios y que reciban un sueldo del Estado? Las respuestas, como era previsible, se movieron como un agitado péndulo entre el sí y el no.
A favor, los argumentos eran atendibles: brindan un servicio público, arriesgan sus vidas, es justo para ellos. Las posturas en contra decían: hay vocaciones que el dinero no compra, el bombero arriesga su vida por pasión y entrega.
No quieren un sueldo, pues va contra su mística para con la gente. Pero deben tener un seguro médico de calidad; un seguro de invalidez, si pierden sus facultades; una pensión para la familia, en caso de morir en una misión como la del almacén del Minsa.
Mi reconocimiento público a Sánchez, Jiménez y Salas. No tenían sueldo, seguro ni pensión. Vi a sus familiares desparramarse en llantos al día siguiente de la tragedia. El Municipio de Lima les pagó el sepelio por caridad. Las familias y los hijos, bien gracias. De los tres muertos, uno deja una niña de seis años, otro a su mujer embarazada y el más joven a una madre con el corazón destrozado. No es justo que el Estado los deje al abandono.
No se entiende que hasta hoy no tengan la infraestructura necesaria para trabajar; vehículos bien equipados y que no anden dando pena, mangueras que no se rompan, presupuestos justos para que no estén haciendo rifas y esperando donativos. Pero ellos igual ahí hacen lo que pueden y más. Son héroes, nuestros héroes de la vida real.