Cuando en el 2017 logramos aprobar la Ley de Cannabis Medicinal, no sólo conseguimos una norma. Logramos una victoria de la empatía y la solidaridad, por encima de cualquier temor o prejuicio. El uso de esta planta era para muchos un tema tabú. Gracias a esa ley, limitada pero histórica, las cosas cambiaron y hoy ya nadie discute la necesidad de su liberación para uso medicinal.

Ese inmenso logro, tanto cultural como jurídico, fue fruto del compromiso de madres luchadoras, como Dorothy, Aydee y Ana, y de todos los que pusieron lo mejor de sí en ese trascendental proceso. Sus testimonios y su valentía le dieron un rostro humano a una discusión que de otro modo era vista como abstracta. Gracias a todos ellos, entendimos que cuando se habla de cannabis para uso terapéutico, hablamos de personas, de empatía, de mejor calidad de vida y también de evidencia científica.

La ley del 2017 es hija de su tiempo y fue lo mejor que se pudo conseguir en un Congreso conservador que no tenía este tema dentro sus prioridades. Si bien abrió una puerta histórica, ha demostrado en la práctica no ser suficiente y ha encontrado serias trabas en su aplicación total. Por eso, hoy necesitamos el mismo empuje para poner nuevamente el tema en el centro de la discusión y seguir avanzando.

Tengo la convicción de que este Congreso será aún más sensible y que surgirá una apuesta multipartidaria que logre que todos los pacientes que lo necesitan, puedan acceder al cannabis medicinal. Hagámoslo. Muchas personas tienen su esperanza puesta en nosotros.