A pocos meses de dejar la Casa Blanca, Barack Obama quiere pasar a la historia y los hermanos Fidel y Raúl Castro buscan que la historia no los olvide. Mientras Obama quiere ser recordado como el presidente de la mejor política exterior de su país en los últimos 50 años -después de Kennedy que fue extraordinario en su mandato interrumpido por su asesinato en 1963-, Fidel y Raúl, que se van haciendo cada vez más viejos, están ansiosos por los cambios antes de que la isla desborde por su crisis económica. Creen que es mejor con ellos vivos a que por sus ausencias el país se anarquice. Obama recientemente llegó lejos con el acuerdo del programa nuclear de Irán, el mayor enemigo de sunitas, judíos y del propio Washington, y ahora quiere coronar su exitosa política exterior con su llegada a Cuba -como Nixon a China en 1972- buscando consolidar lo que denominan “cambio irreversible” a la nueva etapa bilateral. Los Castro, mirándose al espejo, están haciendo un mea culpa de los errores por los que llevaron al país. Fidel es el más asolapado. No recibirá a Obama que está en la isla con su familia, pero sí a Maduro, con quien ayer departió para no perder la imagen del legendario guerrillero que le recuerda a EE.UU. que están pendientes el levantamiento del embargo y la devolución de Guantánamo. Obama con su presencia en Cuba al tiempo de acabar con la idea de una América Latina como patio trasero de Washington, la relieva como la puerta de ingreso a la región y de paso allana el mejor contexto para el futuro candidato presidencial demócrata por el que los latinos votarán a ojo cerrado en el mes de noviembre. Al final, los tres, aunque circunstanciales, quieren trascender.