El sumo pontífice Pío XI, en 1929, publicó la encíclica Divini illius magistri (Aquél divino maestro), valioso documento que trata sobre la educación de la juventud. Aquella monumental obra del pensamiento sigue brillando tanto por la perennidad de sus enseñanzas como por la belleza de su estilo. Dice el papa: “Hay que seguir el ejemplo de las abejas, las cuales toman la parte más pura de las flores y dejan el resto”. Sublime razonamiento que nos orienta de manera decisiva. Nuestras sociedades contemporáneas se distinguen por ofrecernos numerosas tendencias sociales, incontables ideologías e infinitas novedades, y ante tan estimulante y exigente escenario, se convierte en un principio no negociable, el deber de distinguir entre perniciosas doctrinas y buenas corrientes de pensamiento. Debemos descubrir la fealdad del vicio y la belleza de la virtud de las cosas, y no someternos sin criterio a cualquier ideología dominante. El profesor Sebastián Porrini, introdujo en una conferencia dada hace un mes en la Cámara de Diputados de México, una luminosa observación: “Hay que aprender a cribar”. Es decir, que sin haber juzgado reposadamente las cosas -sin haber utilizado primero la criba o el harnero, ambos instrumentos esenciales al momento de depurar, de apartar impurezas, cuyo multisecular uso en la agricultura, nos sirve de enseñanza para un recto proceder-, sin haber sometido a crítica detenida, las infinitas tendencias culturales que ofrece el mundo actual, aumentan las posibilidades de imbuirnos de nocivas doctrinas, infectar gravemente nuestra inteligencia, y corrompernos. Me parece que, atendiendo a tan saludables consejos, nos acercamos a la mejor manera de obrar con criterio.