Celebrando el Día del Trabajo, el día de San José Obrero, es preciso retomar la vieja idea de lograr una alianza entre el capital y el trabajador, una alianza defendida por la doctrina social de la Iglesia. Releyendo la Rerum Novarum queda patente la necesidad de reemplazar la lucha de clases, estéril y cainita, por una amplia colaboración donde se busque el bien común y la mejora de las condiciones de vida de la gente. El trabajador debe recibir un salario digno y para eso el Estado y el empresario deben asumir que el bienestar de los obreros no solo se configura como una condición positiva para el desarrollo económico, se trata de un asunto de dignidad. Y como tal, es insoslayable.

¿Cómo destrabamos la inercia económica? Para hacerlo, es preciso lograr más inversión y más agilidad por parte del Estado. La inversión se logra si hay confianza. La agilidad si estamos ante una administración profesional e imparcial, según el paradigma weberiano. Ahora bien, la crisis de confianza en el país es patente. La guerra civil política de baja intensidad que hemos padecido los últimos años ha golpeado nuestra economía, sin embargo, la capacidad del pueblo peruano es inmensa. Hay, por tanto, esperanza. Es posible soñar con un futuro mejor y, por eso, hemos de tener confianza en el sacrificio de nuestro pueblo, un sacrificio constatado a lo largo de nuestra historia. Allí donde hubo una prueba por superar, los peruanos dejaron sangre, sudor y lágrimas. Creo firmemente en la recuperación de la confianza, en la esperanza funcional que necesita nuestra sociedad para volver a dar un gran salto adelante.

Para eso es preciso un entorno de unidad. Nos urge una política de unidad nacional, de unidad entre el sector público y el privado. Basta de guerras estériles y cainitas. Es la hora de todo el Perú.

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