El estratega de marketing del gobierno del ingeniero Martín Vizcarra fue muy hábil al recomendarle confrontar al Congreso como chivo expiatorio de sus falencias. Quizá por conocer la problemática de cerca, entendió que no le quedaba otra, ante la carencia de recursos de su asesorado. Y entonces, con gran suceso, explotó la idea que ya venía trabajándose desde su antecesor: el obstruccionismo del Congreso. Y funcionó. Claro, en un país sin verdadera vocación democrática, que tira históricamente a los modos autoritarios, acostumbrado a Parlamentos obsecuentes con Presidentes cuasi-absolutistas que se vinieron construyendo desde la fundación de la República, no resultó difícil. El Congreso hizo su tarea, nada más, pero fue fácil vender políticamente que era un obstáculo al gobierno y que, por ello, la economía se aletargaba, la inseguridad se fortalecía y la corrupción se multiplicaba. Y así, el “primer poder del Estado” resultó presa fácil de un Presidente sin partido ni cuadros ni ideas, a despecho de su mayoría opositora. El pueblo compró la idea y apoyó el golpe del 30 de septiembre. Pero ahora, sin Congreso que “obstruya”, el gobierno hace agua. Cuatro meses y medio después, el ingeniero no ata ni desata. Ya ni le reclaman el fracaso de la reconstrucción del norte porque se entendió que era perder el tiempo. Ahora lo nuevo es que no puede ni responder adecuadamente a una emergencia como la de Villa El Salvador en la mismísima Lima. La inseguridad sigue campeando y de la corrupción, mejor ni hablar, cuando ya es público y notorio que los intereses de Odebrecht siguen filtrándose y derramándose por todos los poros del gobierno. Y los ministros, cayéndose a pedazos y en masa, y corriendo solos. Porque en realidad, la única obstrucción que enfrentó siempre este gobierno, fue su propia incompetencia y su cada vez más dudosa moralidad. Esto lo tuvo que saber siempre su estratega de marketing, pero nada puede hacer ahora.