¿Es posible separar a un grupo políticamente organizado que promueve un régimen político genocida, de la mayoritaria sociedad nacional?, Si; sin dejar de identificar que en esa comunidad queden agazapados los cultores del horror o, incluso, vectores que hagan posible que resurja.
A fines de abril de 1945 Adolf Hitler, líder de la banda criminal disfrazada de partido político, se suicidó por miedo al castigo que le correspondía, mientras su camarilla siguió condenando a los alemanes a sufrir. Dos maquinarias totalitarias se disputaron Europa Oriental. Hablamos de Alemania y la Unión Soviética. Triunfo la más eficiente en industria, la que innovó en la guerra, la que logró convertir la sobrevivencia de millones de seres humanos, a quienes el nacionalsocialismo eliminaría en cámaras de gas o esclavizados en campos de trabajo, en la gran guerra patria contra los nazis.
Las potencias anglosajonas lideradas por binomio Reino Unido-Estados Unidos, apoyadas por la sangre de muchos pueblos, liberaron Italia, donde el fascismo literalmente fue colgado. También rescataron a Francia del dominio de vichystas y nazis. En mayo, hace ochenta años, la Unión Soviética, sistema totalitario extinto que reunió opresivamente a naciones hoy felizmente independientes, tuvo el privilegio de grabarse en la historia como el Estado que capturó los símbolos del terror que los nazis pretendieron imponer por mil años a la humanidad.
Fue tal el espanto que los nacionalsocialistas esculpieron en la memoria de cada ser humano, que hasta hoy algunos se engañan proclamando “lo bueno” del comunismo. La tarea sigue en pie: desarrollar sociedades libres donde cada persona construya su proyecto de vida en solidaridad con el prójimo.