Los últimos sucesos de rechazo a congresistas y ministros en algunas regiones del país grafican el nivel de repudio de la población hacia sus gobernantes. Sin embargo, ese sentimiento no puede transformarse en violencia, como hemos visto hace poco en Arequipa, donde el congresista Edwin Martínez fue golpeado y su colega Diana Gonzales fue agredida con huevos e insultos. Mientras tanto, en el Cusco al ministro de Desarrollo e Inclusión Social, Julio Demartini, le tiraron tomates. El odio y extremismo de algunos solo le ponen más gasolina al fuego.

Estos hechos demuestran que en el país no hay discusión ni debates para desarrollar un proyecto común. El problema es que tampoco hay un concepto de convivencia, un respeto por el ciudadano y las reglas. Algunos quieren solucionar todo a los golpes ante la pasividad de ciertas autoridades. Sin duda, esta es una reacción iracunda e irracional frente a la crisis política, como si ellos no fueran co-responsables y partícipes (gracias a sus votos) de la realidad que vivimos.

Para salir adelante solo nos queda construir un Perú solidario y unido. Todos tenemos el derecho de vivir en paz en un país en el que no haya lugar para la violencia y los enfrentamientos irreconciliables. Para ello es indispensable restablecer un espacio de acción política que apunte a tender puentes y generar consensos. Lo importante debe ser el proyecto y una política de Estado que una a todos.

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