“Todo reino dividido contra sí mismo será desolado”, dijo Jesucristo en el capítulo 12 del Evangelio de San Mateo. Lo dijo poco después de curar a un endemoniado ciego y mudo, devolviéndole el habla y la vista. Los fariseos, en su afán de desacreditarlo, llegaron a sostener que: “este expulsa a los demonios por el poder de Belzebú”. Es decir, lo acusaron de ser el diablo, sin pruebas, sin presunción de inocencia, sin debido proceso. Lo mismo hacen los medios de comunicación en la actualidad y los perseguidores de la Iglesia con todos aquellos que no comparten su visión del mundo.
El pasaje de San Mateo nos presenta una respuesta de Cristo tajante y clara: “todo reino dividido contra sí mismo será desolado y toda ciudad o casa dividida contra sí no permanecerá en pie”. Así sucede cuando la Iglesia, que solo existe por y para la verdad, siembra confusión, perplejidad y caos. Ciertamente, en un mundo contaminado por la política y los intereses personales, la Iglesia también se ve afectada por la pequeñez de la vendetta, la envidia de algunos y el miedo de otros. Pero es deber de los sucesores de los apóstoles recordar que si ellos no defienden la Verdad y no hacen todo lo posible por buscarla nos condenan a todos a la desolación.
La verdad debe presentarse de manera íntegra, clara, con pruebas irrefutables y racionales, no con visiones parciales, declaraciones personales o comunicados lamentables que, ante la falta de evidencia, hacen más daño que bien, y hacen daño a todos, especialmente a los fieles que no comprenden por qué hay facciones allí dónde Cristo pidió que todos seamos uno. Tarde o temprano, todo se sabrá. También conoceremos quienes son los lobos que visten la piel del cordero buscando condenar y dividir sin un juicio justo de por medio.