El argumento repetido, una y otra vez, de la “legitimidad” ha calado hondo en el pueblo peruano. Lo utilizó a diestra y siniestra el presidente Vizcarra cuando decidió cerrar el Congreso de manera inconstitucional. Sostuvo, en aquél momento, que las decisiones del Congreso podían ser legales (de hecho lo eran) pero no legítimas, pues la “calle”, esto es, “el pueblo”, no apoyaba mayoritariamente el enfrentamiento entre los poderes del Estado. Y es verdad. La mayoría manifestada en las calles se opuso al Congreso y este terminó clausurado en contra de la Constitución. La “legitimidad” de dicho evento terminó por sepultar al Estado de Derecho porque el pueblo así lo reclamaba, según nos dijeron sus autores intelectuales y con ellos todos los que aplaudieron la interrupción ilegal del orden democrático.

De aquellos polvos vienen estos lodos. Hoy, la “legitimidad” de la calle parece inclinarse a favor de revisar hasta el último voto, escudriñando todas las actas para llegar a la verdad electoral. La calle se está calentando y esto puede converger en una gran manifestación del bicentenario. Pregunto: ¿por qué la “legitimidad” popular sirvió para los deseos de Vizcarra y no para los que quieren que su voto cuente? ¿Si un millón de personas salen a la calle, “legitiman” el reclamo sobre el proceso electoral? ¿Todo depende del cristal con que se mire?

Naturalmente, el concepto de “legitimidad” que algunos han utilizado nos trajo hasta acá, a este momento de crisis. Ahora hay que salvaguardar las instituciones, lo que queda de ellas, y velar por la independencia de los que deben frenar el autoritarismo ideológico. El Perú pende de un hilo. El hilo de la legitimidad.

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