La división del país a pocos días de llegar al bicentenario de la independencia, nos invita a pensar en el lema poco conocido desde las aulas escolares y la formación cívica para todo ciudadano: “firme y feliz por la unión”. Un mantra que todos nuestros presidentes de la República deben tener presente durante su mandato. Como sabemos, el titular del Ejecutivo es jefe de Estado y gobierno al mismo tiempo.

La figura del presidente del Consejo de Ministros colabora en llevar las riendas y dirección del gabinete, pero las competencias como jefe de Estado son indelegables: la función de personificar a la nación es un mandato para conservar la unidad e integridad del país. La dirección de las relaciones internacionales demanda su liderazgo en la región.

Si la unidad está dividida, el jefe de Estado debe poner todos los medios para restaurarla en el tiempo, tarea que sus sucesores recibirán como testimonio. En los últimos cuatro periodos democráticos, la presidencia de la República poco ha ejercido su función como jefe de Estado por la unidad, más ocupado en temas coyunturales y de política doméstica.

Es probable que en ese tiempo las principales acciones realizadas desde la jefatura de Estado hayan sido la solución del diferendo marítimo con Chile, que involucró tres presidencias consecutivas y la decisión de conservar al equipo legal hasta su resolución en la Haya; como también el impulso para la creación de la Alianza del Pacífico, donde Chile, Colombia, México y Perú lograron juntos una mejor posición negociadora en las economías del APEC. Desde hace veinte años, la necesidad histórica de resolver la división interna, que obstruye cualquier intento de construir un proyecto nacional, tampoco parece importar cuando los resultados electorales la han llevado al extremo.