Todos conocemos, hasta sus propios defensores, lo que es este Gobierno facineroso. Y también el rol que juega el Congreso y muchos malos legisladores, en pared, arrastrados por las dádivas que les permitirán un mejor estilo de vida pero que los constriñe a constituirse en personajes miserables e indignos, una vergüenza para el país, para sus hijos y sus familias.
Pero, del otro lado, ¿qué se puede pensar de aquellos que se aferran a sus curules como un botín imperdible? En las antípodas de las posturas socialistoides y populistas de Susel Paredes, debo reconocer que el proyecto que promueve junto a Digna Calle de un adelanto de elecciones tiene una contundencia monolítica que acabaría con el lastre de la era Castillo.
Sin embargo, su presentación ante la Comisión de Constitución lo ha convertido en una rémora interminable y un objetivo digno de las calendas griegas. ¿Cuál es el problema de este proyecto? Que inevitablemente obligaría a convocar a elecciones generales con lo cual los congresistas recortarían su mandato de cinco a solo dos años.
Cuando se le ha preguntado a “Nano” Guerra García sobre la necesidad de priorizar el proyecto, ha señalado que “las reformas hay que verlas con calma y no de forma exprés. Yo espero sacarlo ahora para poder -en caso de que se apruebe- en otra legislatura (debatirse) y no dilatar. Lo vamos a ver junto con otros que implican cambios constitucionales y fuertes en el sistema político”. Es decir, no quiere aprobarlo. Keiko Fujimori señaló el 4 de setiembre de este año que el proyecto iba a ser prioridad.
Dos meses y cuatro días después, Guerra-García sigue pateando una de las salidas más viables para acabar con un Estado infesto de corrupción hasta a próxima legislatura, impidiendo así que tras una aprobación en esta, se pueda convocar a un referéndum que ratifique la decisión. Otra vez, el fujimorismo vuelve a decepcionar y Keiko, a mostrar las grietas de un liderazgo que le hizo perder tres elecciones.