Unos sicarios apagaron la voz del cantante Paul Flores, de Armonía 10, pero prendieron al público que se identifica con la víctima en el sentido de orfandad frente a la inseguridad ciudadana. Los músicos, grandes y chicos, son el blanco de los delincuentes desde hace muchos años, un canto de pena que también es coreado por muchos de los peruanos, en especial los emprendedores. El pago de cupo, que brinda el “chalequeo” para que no te ataquen otras bandas delictivas, se normalizó en diferentes sectores sociales, incluso en los menos pensados. Por ejemplo, para que se den cuenta de cómo ha penetrado la delincuencia, hace más de una década, en Huamachuco, La Libertad, hasta un párroco llevaba arma de fuego para espantar a los extorsionadores. Hoy, los bodegueros, panaderos, comerciantes y los dueños de restaurantes, entre otros, deben abonar a los criminales. En el caso de los locales, se cancela según la cantidad de mesas para los comensales: desde 10 soles hasta los 50 soles diarios. Muchos de estos emprendedores terminan abandonando el negocio, mientras otros se someten a las nuevas reglas de la jungla nacional. El ataque a los buses, como ocurrió ayer con la banda musical piurana, es una estrategia criminal de amedrentamiento y terror que incluye balazos y, en el peor de los casos, el quemado del vehículo con pasajeros a bordo. Pero también sucede con los taxistas, transportistas, mototaxistas, y todo tipo de servicio público, como los colegios estatales que reciben desde hoy a los alumnos. Eso no es normal, y tampoco deberíamos aceptarlo como tal.