El signo de nuestro tiempo es la desesperación global que surge ante la posibilidad cercana de la muerte. Un mundo que privilegia el placer inmediato, el hedonismo institucionalizado y el rechazo instintivo al dolor se rebela ante la posibilidad de perecer desatando un caso de pánico global. Ciertamente, las amenazas reales deben tomarse en serio, pero lo perturbador es el miedo sin sentido que atenaza al que no tiene fe. Las pandemias del mundo pueden borrar generaciones enteras, pero siempre habrá alguien que vuelva a comenzar en nombre de la humanidad.

Ahora bien, el miedo no debe paralizarnos. El miedo debe movernos a actuar. Las pandemias afectan a los países de manera desigual y en el caso del Perú ayudan a desnudar las brechas de infraestructura, la falta de planificación mínima, la ausencia de sentido común. No estamos preparados para muchas cosas pero eso no significa que nos abandonemos a la deriva. El país debe actuar con tranquilidad y el gobierno tiene que liderar implementando medidas rápidas y realistas. Las crisis son oportunidades y esta crisis pone a prueba al Estado peruano y a la sociedad. No hay crisis social que se resuelva sin cooperación desinteresada en busca del bien común. No hay país que se salve sin sacrificio por el prójimo y entrega a los demás.

Así se construyen las naciones hermanadas por la tradición. Con sangre, sudor y lágrimas. Las cunas y las tumbas nos unen históricamente y si queremos un futuro tenemos que construirlo en las horas de prueba y dolor. Las horas más oscuras forjan a las naciones porque en ellas la fraternidad nos hace creer, al menos por un momento, que somos invencibles.

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